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Por el Lcdo. Javier F. Ramos Rodríguez
Las vistas judiciales eran por la tarde. Justo luego del almuerzo. Podía notarse a varios de los presentes soñolientos. La sala estaba fría y bien iluminada. Las emociones estaban a flor de piel en ambos bandos, fiscalía y defensa, amigos y familias de la víctima, así como del acusado. Tensión, duda, asombro, ira, y adrenalina impregnaban el aire. Los gladiadores (abogados y fiscales) chocaban sus espadas en forma de preguntas y argumentos insertados en estas.
La fiscal inició el desfile de prueba con su último testigo, el más importante. Era el patólogo forense del Instituto de Ciencias Forenses de Puerto Rico. El testimonio era crucial, para consolidar la teoría del Ministerio Público. Es decir, la víctima fue asesinada, no se suicidó, como proponía la teoría de defensa. La fiscal acompañaría su interrogatorio directo al perito con imágenes de documentos y fotografías de la escena del crimen. La intención de la fiscal era apoyar las preguntas y fortalecer las respuestas del perito con elementos audiovisuales. Sin embargo, ahí comenzaron los errores de comunicación en esa vista. Iniciaba el interrogatorio, excusándose por no tener la computadora lista para presentar el material de apoyo. Le faltaba a la fiscal un cable "HDMI" para conectar su computadora a los monitores de la sala que el jurado y todos los presentes estaríamos viendo.
La mesa de la computadora estaba en el centro de la sala. Mirando desde las gradas, la jueza estaba en su estrado en la esquina al noroeste, y flanqueada por las banderas de Puerto Rico y Estados Unidos. El perito forense estaba al oeste, frente al jurado que estaba al este, las mesas de la defensa y la fiscalía al suroeste y sureste respectivamente.
Mientras la fiscal hacía sus primeras preguntas, continuaba el "traqueteo" con los cables de la computadora, la memoria y el proyector que no acababan de funcionar. Todo eso mientras el jurado intentaba escuchar las respuestas del perito a sus preguntas. La atención del jurado se debatía entre observar la batalla campal entre cables, computadora y fiscal, quien intentaba patéticamente fungir como técnica tecnológica o mirar y escuchar con atención al testigo más importante del caso.
En vistas anteriores, la fiscal había pasado por lo mismo. El abogado de defensa, para lucir bien ante el jurado, había prestado ayuda a la fiscal con exactamente el mismo problema. Sin embargo, esta vez no lo hizo. Notó o debió haber notado lo patentemente mal que la fiscal estaba luciendo y cómo el jurado perdía la atención del perito forense que, en esencia, presentaba el testimonio más dañino contra su representado acusado de asesinato en primer grado.
Mientras discurrían las preguntas y respuestas, la fiscal con sus manos enredadas en los cables se movía de un lado al otro de la mesa dándole la espalda al jurado y al testigo. Entre pregunta y pregunta, se intercalaban disculpas de la fiscal con el jurado por no lograr la conexión para presentar las imágenes. Una imagen precaria, ante la cual las palabras del perito forense se perdían en el aire por las distracciones provocadas por la fiscal.
En fin, hasta el momento en que se resolvió y se pudo conectar el proyector, fueron muchos los errores de comunicación que afectaron el desempeño de la fiscal, veamos:
No estar preparada y dejar que se le notara: Nada habla peor de un profesional que el no estar preparado para acometer sus labores. Esto es independiente de si lo hace bien o mal, un profesional debe estar preparado. En términos comunicacionales, este error le costó o pudo costarle a la fiscal que se minara su credibilidad ante el jurado. La pérdida de esa credibilidad resulta en que sea muy difícil confiar en su trabajo.
Ni hablar del precio en la propia psiquis del profesional, sabiendo que está luciendo torpe en un evento de importancia trascendental. Todo ello ante un jurado, una juez, colegas abogados, público en general y, peor aún, ante los familiares de la víctima a quien le está procurando hacer justicia. Si bien no estar preparado para cada detalle de un juicio presenta un problema de profesionalismo, esto empeora cuando se hace evidente.
Uno de los refranes más populares en Puerto Rico y el mundo es "Una imagen vale más que mil palabras." Una estrategia de comunicación es la sincronización entre la comunicación verbal y la comunicación no verbal para potenciar nuestros mensajes. Es decir, que el lenguaje no verbal sea utilizado estratégicamente, no dejándolo al azar o al ritmo que la adrenalina o la ansiedad le imponga. En otras palabras, los elementos no verbales para potenciar el testimonio del experto fueron deficientes e inefectivos, lo que sumando a las distracciones provocadas por la fiscal no podían sino debilitar ese importante testimonio.
El Ethos es uno de los tres componentes que, según Aristóteles, debe contener un discurso persuasivo. Según Oscar León, el Ethos "...describe la forma en la que el hablante establece su relación con los oyentes y puede identificarse con la credibilidad y confianza que aquel transmite a su auditorio. Para ello, el orador apela a su autoridad, reputación, honestidad y, en definitiva, al crédito ya demostrado, actitudes todas vinculadas a nuestra integridad y competencia que inspirará la confianza de los oyentes."
En el caso que nos ocupa, la ejecución de la fiscal, no solo derrotó su propio Ethos, sino que, al distraer la atención del panel de jurado en los inicios del testimonio pericial, afectó uno de los momentos donde más atención se presta a una persona. Es decir, al inicio de su alocución.
Además, minó su capacidad de conectar con el jurado, establecer credibilidad y provocar confianza en su audiencia (jurado). Así mismo, al distraer la atención del jurado del testimonio de patólogo forense, incidió negativamente en la credibilidad de este.
La litigación es un arte que requiere autoridad. Quienes tienen autoridad la consiguen siendo fuertes. Pedir disculpas es llamar la atención a nuestra propia debilidad y al error cometido. Quien comete errores reiterados pierde poder, credibilidad y la confianza de sus audiencias. Así, la fiscal con sus reiteradas disculpas le recordaba una y otra vez al jurado su falta de preparación y seguía diluyendo la atención de estos.
Las muletillas son expresiones que usamos para llenar los espacios de silencio que surgen entre una frase y otra o para cuando no hemos articulado un pensamiento por completo. Mediante su uso tratamos de suplir ese silencio que nos incomoda. Su uso es innecesario y solo tienen el efecto de obstaculizar la comunicación. Las muletillas afectan la fluidez de lo que se pretende decir y provocan distracción.
Un escenario tan tenso y riguroso como un juicio requiere precisión en el lenguaje y toda distracción jugará en contra de lo que queremos decir. La fiscal inició cada una de sus preguntas diciendo "Le pregunto". Sonaba así: "Le pregunto, cómo llegó el cuerpo a ciencias forenses", "Le pregunto, que fue lo primero que usted hizo cuando recibió el cuerpo.", "Le pregunto, qué hizo después", "Le pregunto, a dónde fueron enviadas las muestras tomadas." Así casi la totalidad de su interrogatorio directo. Esto tiene su contraparte desde el lado de la defensa, cuando los abogados dice: "Lo cierto es que..." en cada pregunta del contrainterrogatorio.
Estas continuas muletillas, no solo obstaculizan la comprensión de las preguntas, sino que aburren a la audiencia ad nauseam. Lo que se traduce en falta de atención por parte del jurado.
La fiscal utilizaba con frecuencia posturas con los brazos cruzados frente a su pecho. Quizás por el frío de la sala, quizás por inseguridad. No importa la razón, lo que importa es la percepción del jurado. Ese tipo de posturas en términos de kinésica envían un mensaje de inseguridad, toda vez que representan que el sujeto está protegiendo sus órganos vitales. Es decir, que se siente amenazado. Asimismo, al esconder las manos, enviaba un mensaje de que estaba escondiendo algo. Justamente el mensaje perjudicial a su teoría.
Cabe señalar que la historia que antecede es verídica. Se trató de un juicio por asesinato en primer grado, al cual presté mucha atención tanto al abogado como a la fiscalía. Mi observación fue desde el punto de vista de abogado y de relacionista profesional experto en comunicación estratégica. Desde ese crisol dual, no puedo asegurar que esos errores hayan sido la razón por la que el veredicto del jurado favoreció al acusado. Pero, sí puedo estar seguro, de que esos errores de comunicación impidieron que el jurado comprendiera cabalmente el testimonio del perito forense. Más aún cuando, ese testigo experto forense dejó "claramente" establecido que era imposible que la víctima se hubiera suicidado con trece heridas autoinfligidas en su cuello. Escribo "claramente" entre comillas porque estoy convencido de que el jurado no lo tuvo tan claro, por lo antes expresado, entre otros factores.
En honor a la verdad, debo reconocer que el informe final de la fiscal fue muy bueno, y a diferencia de vistas anteriores se notaba lo bien que se preparó para ofrecerlo. Sin embargo, creo que era demasiado tarde.
Este caso es un ejemplo más de cómo comunicar mal puede afectar el resultado de un caso.
A fin de cuentas, Abogar es Comunicar, y es que mientras mejores comunicadores seamos, mejores abogados seremos. Sirva la presente anécdota para establecer la importancia de desarrollar las destrezas de comunicación. Contrario a la creencia lega y popular, no todos los abogados son excelentes comunicadores.
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