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Campeche, Oller, Pou, Tufiño, Báez, Roche, Emilse, Elizam, Aby, French, Trelles, entre otros, son algunos de los más reputados retratistas de la historia de la pintura puertorriqueña y no solo lo han sido por la perfección de sus pinceladas. Ni por el parecido de sus retratados con los modelos originales, que supongo que también lo son, aunque no haya otra constancia histórica de sus facciones en muchos de los casos. Su doctorado, su condición de genios pictóricos, viene dada por su capacidad para reproducir la profundidad psicológica del ser, incluso la personalidad de cualquiera desde la inmovilidad bidimensional de un rostro.
Si alguno de los mencionados hubiese pintado un retrato de Efrén Rivera Ramos, necesariamente, cualquier espectador hubiese visto plasmada, en el mismo, la bondad, la generosidad y la predisposición del retratado para involucrarse en las causas de los más desatendidos por el linaje y por los determinismos. Un rostro – el de Efrén – que refleja la luz solidaria de los hombres buenos.
No hay un detonante expreso que me lleve a honrar con esta columna al Doctor Efrén Rivera Ramos, pero en ocasiones me llegan las ganas de expresar en vida la admiración que siento por una persona, al igual que lo he hecho con otros como con don Rafael Escalera Rodríguez (../../noticias/noticia/don-rafael-escalera-rodriguez-y-la-serenidad-de-la-elocuencia/), y por esto quizá mi deseo de hacer público el reconocimiento de quienes de un modo u otro han forjado mi condición de abogado y han inspirado, con su trayectoria, mi ambición de parecerme a ellos, a él en este caso.
Cuando cursaba mis estudios de Derecho, veinte años cortos atrás, en la Universidad de Puerto Rico, Efrén fue mi profesor de Derecho y Cambio Social. Y aunque nos hemos seguido tratando en lo profesional, aunque he seguido su carrera con atención y admiración, aquella impresión derivada de la relación alumno-docente que recuerdo tan pedagógica, tan lúcida para hacerme comprender lo profundo y lo profuso de su curso con sencillez, nunca me ha abandonado.
Recuerdo también de aquella etapa su mano entrelazada de ordinario a la de Esther Vicente, su esposa, también jurista, cuando caminaban por los pasillos de la facultad durante ciertas actividades protocolares. Si cierro los párpados de la evocación puedo visualizarlos de ese modo, y si ya entonces me provocaba una percepción de amor recíproco, de complicidad tan solo con ver la manera en que se agarraban, el tiempo no ha erosionado aquella intensidad manual. Siempre he querido para mí algo semejante, pero cada vida tiene un lecho distinto y el agua también circula de manera distinta por cada uno.
Siquiera para sintetizar su trayectoria sería necesaria una extensión de este texto que rayaría en el ensayo, pero me permito expresar, con pinceladas escritas que no alcanzarán los umbrales de los artistas mencionados, que tras cursar sus estudios en la Universidad de Puerto Rico, se acabó de formar nada menos que en Harvard, donde consiguió una maestría. Años más tarde, obtendría el doctorado en Londres. Si añadimos que los orígenes familiares eran lo suficientemente humildes como para necesitar de becas para el estudio, se pone de manifiesto que solo el talento y la constancia lo llevaron a alcanzar entre 2001 y 2007, entre docenas, centenares de hitos académicos y jurídicos, el decanato de la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico en la que estudio, en la que estudiamos.
Ha dictado conferencias y presentado ponencias en prestigiosas instituciones, como las universidades de Harvard, Yale, Princeton, Berkeley, Notre Dame, Texas (en Austin), Chicago, Tulane, Iowa, Miami, Hunter College, el Museo del Barrio en Nueva York, la Universidad de Barcelona, el Instituto Nacional de Administración Pública de Madrid, la British Academy of Social Sciences y ceso en la enumeración porque no quiero que las demasiadas todavía innominadas ocupen el espacio que me queda.
Ha publicado cuatro libros de temática jurídica y un poemario intimista que data casi de cuatro décadas. Son incontables las colaboraciones en capítulos de libros, trabajos en enciclopedias y contribuciones a obras corales. Y hablando de las artes y colaboraciones, Efrén era tan accesible que una noche cualquiera accedió a declamar poesía en el patio de mi casa, cuando yo apenas empezaba y no tenía cosa alguna que ofrecerle más allá de mi admiración.
Incluso su nombre sonó en su día para ocupar una vacante en el Tribunal Supremo de Puerto Rico, pero su encuadramiento ideológico progresista y su conocida defensa del independentismo terminaría por no ser del agrado de los aparatos de los partidos tradicionales que acabaron por escoger a otros mejor alineados con los poderes del continente.
Integrador, defensor del igualitarismo en el acceso a la educación, derribó, en su época de decano, barreras de admisión para que los más desfavorecidos pudiesen acceder a la Universidad. Amable con cualquiera, educado en extremo sin importar el rango jerárquico, agradecido por igual a catedráticos que a conserjes, activista de un Puerto Rico al que su ideario progresista pretende libre del dominio colonial de unos EE.UU. que, según su apreciación, someten a la isla a una dependencia multifactorial que no permite a los puertorriqueños expresar su talento y su capacidad para proyectarse sin sumisión administrativa y económica más allá de la música.
Efrén mantiene, cercana su condición de octogenario, unos niveles de actividad impropios de sus años y de una buena condición de salud que hace un tiempo atrás puso a prueba el buen trabajo de unos galenos enfrentados a su corazón. Publica habitualmente columnas en El Nuevo Día y sigue siendo un erudito en tantas áreas del Derecho que uno también quisiera parecerse a él en la densidad del bosque de un conocimiento del que no presume, pero que uno nota con solo hablar brevemente con él.
Puerto Rico necesita hombres y mujeres con la capacidad intelectual, el corazón y el compromiso de Efrén Rivera Ramos, probablemente el tipo que mejor haya asido y asa la mano de su esposa desde que tengo uso de razón.
Las columnas deben enviarse a mad@corp.microjuris.com y deben ser de 600-800 palabras.