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De niño, el sueño de Roberto Rodríguez Casillas era ser soldado, pero un accidente en una cancha de baloncesto lo dejó en una silla de ruedas, sin poder mover los dedos de la mano. El accidente fue tan serio que hasta un profesional médico pensaba que no podría ir a la universidad.
Sin embargo, este hombre que se describe como un jíbaro de Mayagüez agradecido a varias figuras con las que se cruzó en la vida, hoy tiene un Juris Doctor, dos maestrías, está terminando un doctorado, es profesor de justicia criminal, es sommelier de vino, en el 2022 espera que le publiquen una novela.
Además, en la actualidad es juez del Tribunal de Apelaciones de Puerto Rico.
En entrevista con Microjuris.com, el juez Rodríguez Casillas contó que es el cuarto de siete hermanos oriundo del barrio Quebrada Grande, de Mayagüez.
La realidad, cuenta el hoy magistrado, es que en su edad temprana no tenía en la mira ser un abogado. Su papá, con un tercer grado de escuela, tenía una granja mediana y su mamá, con noveno grado de escolaridad, trabajaba cosiendo ropa militar. Estos le enseñaron que «estudien para que no le toquen los trabajos difíciles, para que tengan mejores oportunidades que nosotros».
Sin embargo, su deseo no era estudiar, sino ser soldado, como lo demostraba los afiches en su cuarto sobre el tema militar y los grupos a los que pertenecía.
«Practicaba 20,000 deportes. No me aburría», recordó.
El plan de ser soldado se truncó a sus 17 años. Un 11 de enero de 1982, feriado por Eugenio María de Hostos.
El día antes de comenzar el último semestre de la escuela superior, se encontraba en una cancha de baloncesto y después de un «31», era de noche y oyó a unos amigos que estaban en unas gradas diciéndole «Robert, sube».
Entonces Rodríguez Casillas fue a las gradas para sentarse con sus amigos, trepó hasta la parte alta, cruzó las piernas y se sentó echándose para atrás… en un área que no tenía espaldar.
Ahí Rodríguez Casillas cayó al vacío.
«Me fui de espaldas completo. (Al caer), mi cuello parte hacia adentro. Le doy con la parte de atrás con la cabeza al piso e inmediatamente sentí que no podía caminar», continuó.
«Estaba bocabajo. Perdí la orientación y cuando me volteo hacia arriba es que siento que perdí sensibilidad. Es como si estás en una cama y te llevaras las piernas al piso. Eso fue lo que sentí. Me fracturé la cervical 5 y 6. Fractura y dislocación», explicó.
Explicó que sufrió «cuadriplejia», lo que lo llevó a estar un año entre el Centro Médico y un centro de rehabilitación, lo que obligó a su familia a mudarse de Mayagüez. Primero se mudaron a la casa de unos parientes en Luquillo y luego al callejón Ramos de Sabana Abajo, en Carolina.
Recordó cuando le aclararon la extensión del accidente que había sufrido. «El neurocirujano me dice que no me puede operar, porque estaba en una condición que no aguantaba una operación, y me dice: ‘mira Roberto, no vas a poder caminar, no vas a poder sentir, no vas a poder mover los dedos de las manos'».
«Y yo le pregunté, me acuerdo como ahora, ‘Con el permiso, ¿qué yo puedo hacer?’ Y esta fue la reacción del médico, ‘ah, tú tienes la mente clarita, tú puedes estudiar’», indicó.
No era lo que quería escuchar, pero esto no amilanó a Rodríguez Casillas.
«Estudiar está fuerte, a mí no me gustaba estudiar, pero no pasaron tres segundos y dije ‘ni modo, vamos a estudiar’", sostuvo Rodríguez Casillas.
Entonces, Rodríguez Casillas inició bachillerato en artes y administración comercial en la Universidad Interamericana de Puerto Rico en San Juan, a pesar que hubo incluso profesionales que no creyeron en él.
«El psicólogo del centro vocacional le dijo a mi consejera vocacional que yo no estaba preparado para ir a la universidad, pero como él me veía tan insistente, que él recomendaba un programa para tomar fotografías, que yo no podía obviamente, o me adiestraban para vender billetes de lotería... Dijo más, si yo me empeñaba, que fuera como oyente, mi consejera de rehabilitación no le hizo caso, no me dijo nada».
La universidad fue una experiencia transformadora.
La universidad lo acercó a una clase de apreciación del arte, que para muchas personas es una clase de «relleno». Así conoció la música clásica y la experiencia de visitar el Museo de Antropología de la Universidad de Puerto Rico (UPR) en Río Piedras, un cambio tan radical para aquel Robert que quería ser soldado en su infancia y que hoy ve su «fortuna» en coleccionar arte.
Finalmente, tomó una electiva en Ciencias Políticas en su último año de bachillerato, que lo estimuló a solicitar a todas las escuela de derecho de Puerto Rico. Eso junto a su mentalidad de «no me gustan las injusticias».
«El derecho siempre viene acompañado de hacer justicia. Y hacer justicia es subjetivo, pero yo lo defino de esta forma: es sencillamente darle a cada cual lo que merece», sostuvo Rodríguez Casillas.
En ninguna escuela de derecho en Puerto Rico lo aceptaron en su primer intento, así que se fue a trabajar en los servicios telefónicos de una empresa. Sí lo aceptaron de las universidades de Chicago y San Diego, pero «si no tenía ni para ir a la lancha de Cataño, ¿cómo demonios me iba a ir a Chicago?».
Pero insistió y, con la ayuda de un hermano que es ingeniero y que lo ayudó a prepararse, en ese segundo intento lo aceptaron en la Escuela de Derecho de la Universidad de Puerto Rico en Río Piedras y recibió la beca Patricia Roberts Harris que le pagaba los estudios y le daban (en 1989) $800 para sus gastos personales.
«En el 88 nadie me cogió (para estudiar derecho), y en el 89 no podía haber estado en el segundo año y no hubiese podido aplicar (a la beca). Si Dios no existe, mi hermano, pues usted cree en otra cosa, pero yo sí creo en Dios. No me importa. Definitivamente, es una bendición. De una familia pobre-pobre, que no tenía transportación… Mi familia estaba viviendo en el callejón Ramos de Sabana Abajo (Carolina)... ¿Qué te puedo decir? Un jibarito de Mayagüez, de la escuela pública, estudié en la Interamericana bachillerato, entrar a la Escuela de Derecho de la IUPI. Me sentía tocado por la mano de Dios. Para mí, era un milagro», afirmó.
Aunque allí se convirtió en director auxiliar de la Junta Editora de la Revista Jurídica, también tuvo sus vicisitudes, como presentar una demanda judicial contra la institución porque no atendían las barreras arquitectónicas para las personas con diversidad funcional.
«Mi primer caso fue una demanda contra la Escuela de Derecho de la UPR en el 92... Puse la demanda más fácil del mundo porque tan pronto se hizo público en los medios de comunicación, yo vi (al entonces decano) Antonio García Padilla midiendo con un metro la rampa que yo pedía que se hiciera», sostuvo Rodríguez Casillas.
Pasó la reválida en noviembre de 1993 y había logrado obtener un trabajo como oficial jurídico en el Centro Judicial de San Juan, en el área de lo civil. Pero una oficial jurídica que estaba asignada a la jueza Ygrí Rivera, del área de lo criminal no pudo continuar trabajando en ese tribunal porque se colgó dos veces en la reválida y por ese azar, Rodríguez Casillas comenzó a hacerle trabajos a la jueza Rivera.
La jueza Rivera, quien fue ayudante de Carlos Romero Barceló, recibió un nombramiento al Tribunal de Apelaciones y se llevó como su oficial jurídico al ya licenciado Rodríguez Casillas.
Fue la jueza Rivera, hoy integrante del panel de exjueces del Panel sobre el Fiscal Especial Independiente, la que lo respaldó para que el gobernador Pedro Rosselló lo nombrara juez municipal en 1999. Durante la entrevista con Microjuris, el juez varias veces le dio gracias a la jueza Rivera por su apoyo.
«Me cogió de la mano. Fue conmigo a la vista de confirmación. Fue mi hada madrina», contó sobre la entonces jueza.
Pero la carrera del juez ya se extiende por más de 20 años porque, cuando su término se vencía, Rodríguez Casillas pidió un ascenso.
Aunque había visto casos interesantes en etapas iniciales, como la vista preliminar de los policías que irrumpieron a golpes en un cumpleaños en Loíza, pidió un ascenso porque le interesaba ver juicios completos, a pesar de que sus conocidos le dijeron que tenía más posibilidades de ser renominado a juez municipal.
Sin embargo, en el 2004, y tras recibir el apoyo de figuras como Carlos Vizcarrondo, entonces presidente de la Cámara, y la familia Wiscovitch, de Cabo Rojo, el hoy magistrado recibió una llamada a su teléfono personal de un número desconocido, y al cogerlo escuchó la voz de la gobernadora Sila María Calderón, quien lo felicitó porque lo había ascendido a juez superior.
«Yo le aseguré que no la haría quedar mal», recordó sobre lo que le dijo a la mandataria.
Después, en el 2011, el exgobernador Luis Fortuño lo nominó al Tribunal de Apelaciones, puesto que ocupa hasta hoy.
Aunque le encanta ayudar a la consecución de la justicia desde la toga, Rodríguez Casillas ha continuado haciéndole honor al consejo del doctor de Centro Médico que le empujó a estudiar.
Ha logrando una maestría de justicia criminal y otra de literatura creativa, en la que fue dirigido por el reconocido escritor Luis López Nieves.
También continuó estudios de maestría y de doctorado en Derecho de la Universidad Complutense de Madrid, con un estudio comparativo de los registros de ofensores sexuales en España, Comunidad Europea, Puerto Rico y jurisdicción federal.
«La pregunta a contestar es si se puede dejar para siempre a una persona en un registro después de haber cumplido con una pena de cárcel, sin ninguna contemplación, entiéndase diagnóstico de no rehabilitable, sin diagnóstico médico», dijo Rodríguez Casillas.
Agregó que él no respalda este tipo de mecanismos. «Es un asunto de derechos fundamentales», sostuvo.
La novela que espera publicar en 2022 se llamará Abrázame, trata en parte de personas con diversidad funcional, aunque aclaró que no es una biográfica, y cualquier dinero que se recaude iría a niños con Síndrome Down.
Se trata de una serie de experiencias de vida, algunas durísimas y otras de triunfo, que le permiten a Rodríguez Casillas llegar a reflexiones como la siguiente: «Como he estado en el lado de allá y ahora estoy en el lado de acá… O sea, yo caminé y ahora no camino, si fuera a aconsejar a alguien que enfrenta una incapacidad, una situación difícil en la vida, le diría que lo intente, que se la juegue, porque el no hacerlo siempre será el lamento final. Fíjate que la gente en su lecho de muerte se arrepiente más de lo que no hicieron de lo que hicieron. Yo he vivido una vida completa. Me casé, estoy casado con una mujer maravillosa, me certifiqué como sommelier de vino en la Escuela CAFA. Sí, sí, la dolce vita hay que probarla. He nadado, he dado la vuelta al mundo. Volvemos, hay tantas buenas excusas para hacerlo, como para no hacerlo. Depende de ti. Ese sería mi mensaje».