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Las opiniones expresadas en este artículo son únicamente del(a) autor(a) y no reflejan las opiniones y creencias de Microjuris o sus afiliados.
Por el licenciado Donald R. Milán Guindín
No se deberían leer más que los libros que nos pican y nos muerden.
– Franz Kafka
Recientemente escuché una entrevista (grabada en el 2003) en donde Fernando Picó contaba una de sus experiencias enseñando en una institución carcelaria del País. Picó contaba que en una ocasión el superintendente de la cárcel pidió hablarle, le mencionó que estaba teniendo un problema con los confinados: «estos tenían demasiados libros en sus celdas». Sin duda, eso no era un verdadero problema.
Umberto Eco dijo: «El que no lee, a los 70 años habrá vivido solo una vida. Quien lee habrá vivido 5,000 años. La lectura es una inmortalidad hacia atrás». Por su parte, Emily Dickinson decía: «Para viajar lejos, no existe mejor nave que un buen libro».
Vargas Llosa en su discurso del Premio Nobel en el 2010 concluyó diciendo: «De la caverna al rascacielos, del garrote a las armas de destrucción masiva, de la vida tautológica de la tribu a la era de la globalización, las ficciones de la literatura han multiplicado las experiencias humanas, impidiendo que hombres y mujeres sucumbamos al letargo, al ensimismamiento, a la resignación. Nada ha sembrado tanto la inquietud, removido tanto la imaginación y los deseos, como esa vida de mentiras que añadimos a la que tenemos gracias a la literatura para protagonizar las grandes aventuras, las grandes pasiones, que la vida verdadera nunca nos dará. Las mentiras de la literatura se vuelven verdades a través de nosotros, los lectores transformados, contaminados de anhelos y, por culpa de la ficción, en permanente entredicho con la mediocre realidad. Hechicería que, al ilusionarnos con tener lo que no tenemos, ser lo que no somos, acceder a esa imposible existencia donde, como dioses paganos, nos sentimos terrenales y eternos a la vez, la literatura introduce en nuestros espíritus la inconformidad y la rebeldía, que están detrás de todas las hazañas que han contribuido a disminuir la violencia en las relaciones humanas. A disminuir la violencia, no a acabar con ella. Porque la nuestra será siempre, por fortuna, una historia inconclusa. Por eso tenemos que seguir soñando, leyendo y escribiendo, la más eficaz manera que hayamos encontrado de aliviar nuestra condición perecedera, de derrotar a la carcoma del tiempo y de convertir en posible lo imposible».
Los abogados no estamos exentos de la lectura. Añadiría, de la lectura incansable. Los propios Cánones de Ética así nos lo exigen. Específicamente, el canon 18 nos exige «competencia», lo cual únicamente se adquiere y se mantiene mediante el estudio constante.
Eduardo Couture, en su primer mandamiento de Los mandamientos del abogado apuntó, «El derecho se trasforma constantemente. Si no sigues sus pasos, serás cada día un poco menos abogado».
Sin duda, la abogacía requiere del hábito de la lectura y la capacidad de poner lo aprendido en práctica. Una tarea titánica. Francis Bacon decía: «La lectura hace al hombre completo; la conversación lo hace ágil; el escribir lo hace preciso».
Hoy, tenemos fácil acceso a las determinaciones del Tribual Supremo y el Tribunal de Apelaciones. También, podemos acceder a las determinaciones del Tribunal Supremo de los Estados Unidos. Una determinación de alguno de estos foros podría incidir en la estrategia legal nuestra, por lo cual, debemos estar constantemente leyendo sobre las materias que practicamos.
Ahora bien, los abogados no debemos leer únicamente jurisprudencia o «cosas» de derecho. Resulta de igual importancia para nuestra salud mental leer un poco de cada género literario. Distraer la mente. Vale la pena aventurarnos y leer de la pluma de Hugo, Dumas, Rulfo, Kundera, Nesbø, Follett, Orwell, H.G. Wells y García Márquez, por mencionar algunos. Igual, vale leer a Grisham e identificarnos con alguno de sus personajes del mundo legal o darle una lectura a las novedades legales e históricas de los libros de Pedro Malavet Vega.
En fin, la lectura nos prepara para defender de manera competente a nuestros representados. Asimismo, nos permite distraer nuestra mente de las controversias que atendemos a diario, nos lleva a viajar en el tiempo, vivir otras vidas, nutre nuestro vocabulario y amplia nuestros conocimientos.
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