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Una grieta de historia y cultura

15 de septiembre de 2015
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Las fuertes afinidades entre el pueblo cubano y el pueblo puertorriqueño se han sostenido a lo largo de décadas de distanciamiento, y es precisamente a partir de esos puntos de encuentro que es posible cimentar alianzas en este nuevo escenario

Por Ana Teresa Toro
Para Microjuris

Ilustración: Ramses Morales Izquierdo
Ilustración: Ramses Morales Izquierdo

Han sido las puntas de dos triángulos que cambiaron la historia de la música. Si pensamos en el bolero, ahí están: México, Cuba y Puerto Rico. Si pensamos en la salsa, sustituyamos México por Nueva York y el triángulo sigue ahí, sostenido por los picos de las estrellas de las dos islas. Y así, la historia es larga y sonora con una infinidad de ritmos cubanos convertidos en universales en voces de cantantes y músicos boricuas, o de composiciones boricuas hechas mito en voces e instrumentistas cubanos.

La música es solo la punta de un profundo iceberg. Pues, la afinidad en materia de producción artística y las afinidades culturales -producto en gran medida de una historia común pero también de una creación artística constante que tanto sigue hermanando- se han sostenido contra todo pronóstico a lo largo de las décadas de distanciamiento entre estas islas tan «lejanas» en la superficie pero tan sólidamente unidas desde esa noción del Caribe como «tronco, rama y flor», que aprendimos de la obra poética de Luis Palés Matos. Por más picado que haya estado el mar, bajo el agua siempre hemos sido una sola raíz, a pesar del absurdo de volar a Panamá para pisar La Habana.

Podríamos hacer un extenso repaso histórico, pero concentrémonos en recordar estos puntos en particular que cimientan este vínculo. En los primeros siglos de la colonia española en ambas islas creció una cultura de piratería muy profunda, no sólo por el asedio pirata del cual Puerto Rico sobre todo era víctima, sino por el hecho de que ante el desdén de la metrópoli los isleños sobrevivían a través del contrabando de bienes y alimentos con el resto de las islas del Caribe. Bien es sabido que las rutas de la cultura, siempre crecen junto a las rutas del comercio y de la solidaridad que genera el hambre. Siglos después, el año crucial fue el 1868, con el Grito de Yara que logró su cometido y el Grito de Lares que no lo consiguió. Años después, a finales del siglo XIX, esa voluntad histórica quedaría fijada en las banderas de ambos países, de igual diseño y colores invertidos. Un espejo y su contrario. Comunismo y capitalismo. Un extraño abrazo. Un verso que se repite -casi como mantra- en ambos países y que incluso trascendió a su autora Lola Rodríguez de Tió. Tanto así, que en Cuba lo mismo se lo atribuyen a José Martí que a Nicolás Guillén, da igual, porque sabemos y decimos que «Cuba y Puerto Rico son, de un pájaro las dos alas» y nadie va a cuestionarle nada a la poesía.

Ahora bien, corresponde en esta nueva coyuntura histórica darle sentido concreto a ese gesto poético que ha sostenido el vínculo durante tantos años, dentro de los cuales se podría decir que no hubo tal cosa como un desencuentro cultural. Los puertorriqueños no cesaron en su empeño a la hora de vincularse a los artistas de Cuba a través de visas de labor cultural que se lograron de mil maneras. Igualmente, los artistas cubanos de todas disciplinas, no abandonaron nunca sus visitas a Puerto Rico aunque por períodos fuera más difícil, aunque en el proceso, desertaran algunos.

Pero el tiempo es otro, y estamos llamados a darle cuerpo a este vínculo artístico, cultural, humano. Esos códigos compartidos son irremediablemente la base de nueva creación y de una cultura empresarial.

Hay ejemplos recientes, como lo fue la filmación en Cuba del nuevo especial navideño del Banco Popular, la infinidad de colaboraciones musicales que siguen surgiendo, el reciente viaje grupal que hicieron por distintas ciudades de Cuba, decenas de participantes del proyecto cultural Cambio en Clave para fomentar los diálogos a partir del gesto que es bailar salsa; o los vídeos musicales de artistas puertorriqueños que han escogido a Cuba como escenario o los escritores cubanos que siempre tocan base en Puerto Rico, como es el caso del siempre bienvenido Leonardo Padura o el de las decenas de alumnos puertorriqueños que se han formado con éxito en la respetada Escuela Internacional de Cine en San Antonio de los Baños o el de los bailarines puertorriqueños formados por maestras cubanas establecidas aquí o los muchos que se fueron a perseguir su sueño de ser bailarines profesionales, estudiando en la emblemática escuela de la gran Alicia Alonso.

De esas experiencias se recoge un pensamiento común: es como trabajar en casa. Estamos hablando de los mismos códigos, de una cultura de creación artística y trabajo afín, de un mismo idioma, un mismo clima, un entendimiento profundo de lo que es ser caribeño e isleño. En fin, una puerta abierta no sólo en legalidades y acuerdos entre gobiernos, sino una puerta abierta a la creación, a la producción y a la posibilidad de construir proyectos culturales y artísticos que estimulen ambas economías, sin tener que pasar por eso que siempre es un suplicio: lograr entendernos para construir. Aquí ya hablamos el mismo idioma. Esa grieta siempre ha estado abierta.

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